lunes, 8 de septiembre de 2014

“Espacios para la vida privada. Domus romana”

La casa romana, sobre todo la que más interesa para los dominios del arte – que no es la pobre vivienda de las capas sociales modestas -, constituye un ámbito privilegiado para el desarrollo de formas artísticas de indiscutible interés y expresividad. Y una razón fundamental de ello es la índole sociológica e ideológica, puesto que la casa, la domus de la nobilitas romana, era un importante escenario de la vida pública, además de, lógicamente, el habitáculo para la residencia y la vida más privada. A lo primero obedecen aspectos esenciales de su configuración, que la hacen incorporarse a la serie de los lugares públicos que caracterizan la sociedad y la cultura romanas.
                A su papel social y a la estricta codificación de la vida familiar, sobre todo en su proyección colectiva, obedece la firmeza de los patrones domésticos romanos. Sin poder entrar en los dataos de una también evidente diversidad, el tipo de casa romana principal corresponde a la llamada casa de atrio, una estructura de viaj solera, con claros y directos precedentes en la cultura itálicoetrusca.
                La casa atrio, puntualmente descrito en sus variedades y proporciones teóricas por Vitrubio (VI, 3, 1), se configura como una estructura de planta rectangular, cerrada al exterior por un muro perimetral que señala la divisoria conceptual y jurídica con el territorio de dominio público, con acceso por un lado corto y una clara disposición axial, en línea con acendradas tendencias italorromanas y en función de la estricta concepción de la representación familiar y de la ritualidad doméstica. Tras la entrada – ostium- se halla el atrium, concebido como un espacio rectangular, ensanchado al fondo en las alae, y con una disposición característica de techo descubierto en el centro, con un tejado en vertiente hacia el interior – compluvium- para la entrada de la luz y del agua de lluvia, que se recogía en un estaque en el suelo – impluvium-, conectado a un aljibe para almacenar el agua. Al fondo del atrio, en el punto principal señalado al fondo de la domus por el eje axial, se hallaba la estancia noble, el tablinum, abierta directamente al ambiente central del atrio, configurándose así, con el atrio como cuerpo principal, una característica disposición en cruz.
                Deriva el nombre de tablinum de las tabulae o tablas de cera que allí se disponían, con algunas anotaciones que dejaban memoria de las actividades del pater familiar o de las finanzas domésticas, lo que subrayaba su carácter de sala principal de la casa, desde la que, entre otras cosas, recibía el dueño el saludo cotidiano – la salutatio- de los clientes, o la visita de sus familiares y amigos. En ésta y otras ceremonias adquiría su particular relevancia la disposición en el atrio, en armarios al caso, de las imágenes de los antepasados, símbolo de prestigio y de solera familiar, ingrediente señalado de la concepción sacral de este particular ambiente, donde se hallaba también el larario, el santuario doméstico de la familia. Alrededor  del atrio se disponían las habitaciones – cubícula -  y, al final, comunicado a menudo con el mismo tablinum, un espacio abierto a manera de corral o jardín – el hortus – para desahogo de la vida doméstica.

                El tipo más simple de atrio se dominaba tuscánico, elocuente testimonio del origen que se le atribuía, y consistía fundamentalmente en la disposición en alto, en las paredes que lo delimitaban y soportes en el suelo, de las grandes vigas que sujetaban la armadura del compluvium, quedando diáfano todo el espacio del atrio. Si por necesidades de amplitud, o por razones de gusto, se multiplicaba el número de soportes o columnas, el atrio recibía el nombre de corintio, expresión inequívoca de que se trataba de las consecuencias de una helenización que, en efecto, se documenta en los atrios a partir del siglo II a. C., con la decidida apertura de las élites ciudadanas a la corriente helenística. También por entonces, las casas, sobre todo en los espacios reservados al hortus, empiezan a dar cabida a la instalación de peristilos al a griega, y una proliferación de estancias que multiplicaban los espacios de representación, entre los que figura como más característico el oecus o tericlinium para la celebración de banquetes también a la manera griega. Es el resultado de una tendencia general a la incorporación a la casa de la nobilitas de un ornato que antes había sido exclusivo de los lugares públicos y que se multiplica hasta convertir las casas en magníficos soportes de las artes decorativas.

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