lunes, 15 de septiembre de 2014

SEAGRAM BUILDING – MIES VAN DER ROHE

En los años 50, las retículas estructurales en acero y vidrio de Mies van der Rohe transformaron no solo el rascacielos, sino el paisaje urbano de las ciudades norteamericanas. Los edificios de hormigón armado con rellenos de ladrillo cedieron paso a sus diseños perfeccionistas. Mies admiraba los edificios altos de finales del siglo XIX de Chicago y decidió sustraer y destilar la estructura de tales construcciones hasta logar una simplificación máxima, idea que expresó en su axioma “menos es mas”. Mies estaba convencido de poder aplicar sus “principios” de diseño a todos sus edificios, que para él constituían un todo indivisible. Afirmó: “No quiero ser interesante, quiero ser bueno…Lo único que intento es aclarar mi dirección… Para mí, la novedad carece de interés”. Mies se concentró en la idea del “Edificio” y se alejó de la construcción de edificios individuales con características y usos distintos. El funcionalismo de sus cajas rectangulares no tiene límite.
                Así Mies refinó la “rigurosidad doctrinal” de sus proyectos Seagram Building (1954/1958), en la ciudad de Nueva York.
En un alarde de de osadía, dado el precio del terreno, Mies diseñó una plaza de 27 metros que separa el Seagram Building (38 plantas) de la calle y que, aparte de dos estanques en los flancos y de un muro largo, carece de toda decoración. Además de servir como base del edificio y de plataforma conductora desde el exterior al vestíbulo y los ascensores, resalta la masa de este sólido edificio de bronce mate y vidrio ámbar gris, cuyas estrechas ventanas acentúan la verticalidad. La estructura se sustenta sobre unas columnas vistas hasta el segundo piso, donde se adentran en el edifico. Las ventanas continuas del suelo al techo carecen de parapetos y forman la estructura pura de muros cortina imaginada por Mies y otros arquitectos veinte años atrás.
                Mies prestó sumo cuidado a la elección de los materiales para la estructura y a la decoración interior, desde el diseño de los ascensores hasta el de las lámparas y los tabiques divisorios. Muchos elementos diseñados exclusivamente para el edificio fueron objeto de ulterior fabricación en serie y se utilizaron para decorar despachos de todo el país. La meticulosidad de Mies, patente incluso en su mobiliario interior, se resume en otro de sus famosos aforismos: “Dios está en los detalles”.


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