La
casa romana, sobre todo la que más interesa para los dominios del arte – que no
es la pobre vivienda de las capas sociales modestas -, constituye un ámbito
privilegiado para el desarrollo de formas artísticas de indiscutible interés y
expresividad. Y una razón fundamental de ello es la índole sociológica e ideológica,
puesto que la casa, la domus de la nobilitas romana, era un importante
escenario de la vida pública, además de, lógicamente, el habitáculo para la
residencia y la vida más privada. A lo primero obedecen aspectos esenciales de
su configuración, que la hacen incorporarse a la serie de los lugares públicos
que caracterizan la sociedad y la cultura romanas.
A su papel social y a la
estricta codificación de la vida familiar, sobre todo en su proyección colectiva,
obedece la firmeza de los patrones domésticos romanos. Sin poder entrar en los
dataos de una también evidente diversidad, el tipo de casa romana principal
corresponde a la llamada casa de atrio, una estructura de viaj solera, con
claros y directos precedentes en la cultura itálicoetrusca.
La casa atrio, puntualmente
descrito en sus variedades y proporciones teóricas por Vitrubio (VI, 3, 1), se configura
como una estructura de planta rectangular, cerrada al exterior por un muro
perimetral que señala la divisoria conceptual y jurídica con el territorio de
dominio público, con acceso por un lado corto y una clara disposición axial, en
línea con acendradas tendencias italorromanas y en función de la estricta
concepción de la representación familiar y de la ritualidad doméstica. Tras la
entrada – ostium- se halla el atrium, concebido como un espacio rectangular,
ensanchado al fondo en las alae, y con una disposición característica de techo
descubierto en el centro, con un tejado en vertiente hacia el interior –
compluvium- para la entrada de la luz y del agua de lluvia, que se recogía en
un estaque en el suelo – impluvium-, conectado a un aljibe para almacenar el
agua. Al fondo del atrio, en el punto principal señalado al fondo de la domus
por el eje axial, se hallaba la estancia noble, el tablinum, abierta
directamente al ambiente central del atrio, configurándose así, con el atrio
como cuerpo principal, una característica disposición en cruz.
Deriva el nombre de tablinum de
las tabulae o tablas de cera que allí se disponían, con algunas anotaciones que
dejaban memoria de las actividades del pater familiar o de las finanzas
domésticas, lo que subrayaba su carácter de sala principal de la casa, desde la
que, entre otras cosas, recibía el dueño el saludo cotidiano – la salutatio- de
los clientes, o la visita de sus familiares y amigos. En ésta y otras
ceremonias adquiría su particular relevancia la disposición en el atrio, en
armarios al caso, de las imágenes de los antepasados, símbolo de prestigio y de
solera familiar, ingrediente señalado de la concepción sacral de este
particular ambiente, donde se hallaba también el larario, el santuario
doméstico de la familia. Alrededor del
atrio se disponían las habitaciones – cubícula - y, al final, comunicado a menudo con el mismo
tablinum, un espacio abierto a manera de corral o jardín – el hortus – para
desahogo de la vida doméstica.
El tipo más simple de atrio se
dominaba tuscánico, elocuente testimonio del origen que se le atribuía, y
consistía fundamentalmente en la disposición en alto, en las paredes que lo
delimitaban y soportes en el suelo, de las grandes vigas que sujetaban la
armadura del compluvium, quedando diáfano todo el espacio del atrio. Si por
necesidades de amplitud, o por razones de gusto, se multiplicaba el número de soportes
o columnas, el atrio recibía el nombre de corintio, expresión inequívoca de que
se trataba de las consecuencias de una helenización que, en efecto, se
documenta en los atrios a partir del siglo II a. C., con la decidida apertura
de las élites ciudadanas a la corriente helenística. También por entonces, las
casas, sobre todo en los espacios reservados al hortus, empiezan a dar cabida a
la instalación de peristilos al a griega, y una proliferación de estancias que
multiplicaban los espacios de representación, entre los que figura como más
característico el oecus o tericlinium para la celebración de banquetes también
a la manera griega. Es el resultado de una tendencia general a la incorporación
a la casa de la nobilitas de un ornato que antes había sido exclusivo de los
lugares públicos y que se multiplica hasta convertir las casas en magníficos
soportes de las artes decorativas.
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